Salto del Limón y Playa Morón
- Marta de Ysasi
- 13 feb 2017
- 5 Min. de lectura
Nos vamos de excursión. Primera excursión con mi familia. Empezamos con la Cascada del Limón, una de mis preferidas. Ya sabéis que anteriormente la había hecho con Jaume, pero esta vez él no pudo venir ya que estaba trabajando.
Yo había dormido en el Cayo, así que quedé con mi familia en Simi Báez a las 8:30am. Ellos vinieron a recogerme en el coche que alquilamos, y desde ahí pusimos rumbo al Rancho de Santi. Ya sabéis que yo siempre recomiendo hacer esta excursión con Santi, ya que tiene un buen precio que incluye los caballos, la entrada a la cascada, y la comida en su restaurante, concretamente 27$ por persona.
En menos de 40 minutos estábamos allí, con Mario al volante y más confiado que la noche anterior. Un cafelito, un jugo de chinola, y a montarnos a los caballos.

Nos acompañaron dos guías, y a cada uno nos dieron un caballo de diferente tamaño. Mario se llevó la palma con “Marlboro”, el más grande de todos. Cristina y yo tuvimos los más pequeños, y al parecer, los más lentos, ya que desde que salimos nos quedamos bastantes metros más atrás que el resto del grupo.

El paisaje estaba más bonito que la última vez que fuimos Jaume y yo, quizás porque hacía un tiempo estupendo. El río estaba mucho más caudaloso, así que nos mojamos bastante al cruzarlo.

Cris y yo parecíamos dos chinas haciendo fotos y vídeos sin parar, y nuestro guía, que esta vez no era tan simpático como el anterior, nos miraba con cara extraña.
Después de un recorrido de casi una hora, llegamos al mirador, donde se sueltan los caballos para que descansen. Desde aquí se ve la impresionante cascada a lo lejos, se puede escuchar hasta el agua cayendo. Es sin duda uno de los paisajes más impresionantes que he visto desde que estoy aquí.

En el mirador aprovechamos para comprar algo de bebidas, y coger fuerzas para la parte más dura: seguir el camino a pie. Para ello es recomendable llevar un buen calzado, ya que hay que bajar y subir bastantes escalones de piedras resbaladizas.
Antes de llegar a la Cascada, hay que atravesar un río que tiene también una pequeña cascada. Seguramente haya gente que cuando llega a este punto piense que esa mini cascada es la del limón, pero no es así. Para llegar a la majestuosa cascada hay que subir unos cuantos escalones después de haber atravesado el río.
Y ahí estábamos… En La Cascada del Limón. Nos metimos en el agua, congelada, y disfrutamos como niños durante unos 25 minutos.


Y ahora sí que sí, lo peor estaba por llegar. Tener que subir todos esos enormes escalones para llegar de nuevo al mirador… Eso es una tortura, solo apto para gente que esté en buena forma… A mí se me hizo más duro que nunca. Me quedé la última, y pensaba que iba a morir antes de llegar al final. Además me empezó a doler mucho la cabeza y los oídos.
Al llegar al mirador tuve que tirarme al suelo para evitar caerme, y después de unos minutos, me recuperé.
Ahora tocaba el camino de vuelta. Por suerte, el sol seguía presente, ya que la última vez que lo hice comenzó a llover bastante en el camino de vuelta, y se me hizo un poco insoportable. Pero esta vez nada de lluvia. Eso sí, estábamos deseando llegar porque teníamos todos un hambre que daba calambre.
Llegamos al restaurante de Santi cerca de la 1 de la tarde. Como había dicho, teníamos la comida incluida. La verdad es que en este restaurante se come muy bien, pero esta vez no podíamos elegir libremente lo que quisiéramos de la carta. Teníamos un menú preestablecido. Típica comida dominicana, que además era precisamente lo que mi familia buscaba.
Nos sirvieron una ensalada, arroz blanco, arroz con coco, pollo asado en salsa criolla, y por supuesto, mis arepitas de yuca y lambí a la gallega.
Comimos como cerdos y en silencio, y es que de verdad que no os podéis hacer una idea de lo mucho que cansa estar galopando durante unas horas… Menos mal que el plan de por la tarde era de relax.

Después de comer nos fuimos a Playa Morón, una playa situada a unos 15 minutos del restaurante de Santi, que yo todavía no conocía. Siendo sincera, no había escuchado hablar de ella hasta hacía unas semanas.
Mario cogió el coche de nuevo, y a mitad de camino nos dimos cuenta que no nos quedaba casi nada de gasolina, pero como no había ninguna gasolinera por el camino, decidimos echarle a la vuelta.
Al llegar al final del camino aparcamos y seguimos andando hasta llegar a la playa. Para ello hay que atravesar un camino de arena y barro rodeado de árboles por todas partes. Y por fin llegamos a la playa.
Una playa muy salvaje, con muy poca gente, arena fina y más oscura de lo habitual, y un agua con algunas olas perfectas para los principiantes del surf.
Lo pasamos genial, pudimos descansar, y pegarnos unos buenos baños.



A eso de las cinco y media de la tarde nos marchamos en busca de una gasolinera. Nos agobiamos un poco porque no encontrábamos ninguna gasolinera que tuviera el combustible que necesitábamos. Tuvimos que dirigirnos hacia Las Terrenas (en dirección apuesta a Samaná) hasta encontrar una a unos cuantos kilómetros.
Después de eso pudimos respirar mejor, y nos marchamos de vuelta a casa, aunque menudo caminito… El fondo sur del coche iba demasiado revolucionado cantando canciones infantiles durante todo el trayecto… un poco tortura para Mario y para mí que íbamos pendientes de la carretera.
A mí me dejaron en Simi Báez para que cogiera el barco de las ocho y cuarto, me duchara, me cambiara, y volviera a tomar el bote de las 9 para reunirme con ellos en Vista Mare, ya que esa noche me quedaría con ellos a dormir.
Y sorprendentemente me dio tiempo a todo ello en menos de 30 minutos: ducharme, lavarme el pelo, cambiarme, preparar la mochila del día siguiente, liberar espacio en mi móvil, y marcharme de nuevo. Incluso me dio tiempo a fumarme un cigarrito mientras esperaba el barco jejeje.
A las nueve vinieron Mario y Cris a recogerme a Simi y nos fuimos para Vista Mare. Fuimos directos a cenar. El restaurante de Vista Mare es un poco carito para lo que ofrecen, y el servicio deja un poco que desear…
Aprovechamos para hacer cuentas de lo que nos debíamos los unos a los otros, ya que bien es sabido que cuando hay mucha gente viajando junta, al final siempre hay “líos” con el dinero.
Después de eso, nos fuimos a dormir. A mí me tocó el sofá, aunque todos me ofrecieron sus camas, pero yo, como buena anfitriona, me negué. Y Al día siguiente me arrepentí de lo lindo, pero bueno, ese ya es un tema que lo dejo para el siguiente post.
Espero que disfrutéis del vídeo, y que os animéis a suscribiros al canal de Youtube.
Un saludito a todos.
Comentários